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sábado, 30 de abril de 2011

Más allá del alcance de la ciencia

Más allá del alcance de la ciencia

“ES PELIGROSO el intenso énfasis que se da a la ciencia hoy, [...] el negar que haya validez alguna fuera de los hallazgos de la ciencia es absurdo.” Estas palabras de advertencia de Vannevar Bush, a quien a veces se ha calificado de padre del computador moderno, son oportunas. La ciencia no tiene las respuestas a todas las preguntas. Hay verdades esenciales que están más allá del alcance de la ciencia. ¿Cuáles son?

La ciencia y Dios

Erwin Chargaff, por largo tiempo bioquímico de la Universidad de Columbia, de Nueva York, dijo en cierta ocasión que “la ciencia natural no es un instrumento que sirva para investigar lo insondable; [tampoco es] su papel el de decidir sobre la existencia o inexistencia de Dios”. ¿Es cierto eso?


Pues bien, Alberto Einstein, el más conocido teórico científico del siglo presente, se sintió impulsado a hablar de “un espíritu [que] se manifiesta en las leyes del universo... un espíritu sumamente superior al del hombre”. Y más recientemente Fred Hoyle, brillante astrónomo británico, que había sido incrédulo, se convirtió, según se informa, en creyente en la existencia de un poder creador cuando calculó que era matemáticamente imposible el que la vida hubiera aparecido por casualidad en el universo.

Estos ejemplos ilustran hasta cierto grado la veracidad de la siguiente declaración bíblica: “Sus cualidades invisibles [las de Dios] se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20). No obstante, Chargaff tenía razón en el sentido de que la ciencia está limitada respecto a lo que puede enseñarnos acerca de Dios. Lo único que Einstein y Hoyle pudieron discernir mediante la ciencia fue el hecho de que tiene que existir un Dios organizador. Nosotros tenemos que consultar la Biblia para enterarnos de quién es ese Dios y qué propósitos tiene. Todo conocimiento de esta índole constituye una verdad que está más allá del alcance de la ciencia.

La ciencia y el futuro

Además, la ciencia no puede prever el futuro. Ni siquiera puede prever los resultados de sus propios descubrimientos. Cuando se desarrolló el DDT, por ejemplo, se esperaba que esta nueva arma resolviera de manera permanente el problema de las pestes insectiles. Proporcionaría protección para las plantas y controlaría la propagación de enfermedades como la malaria. Pero el periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung dijo que esta “bendición para el género humano [...] logro nunca soñado en el campo de la química” luego se convirtió en “una bendición algo dudosa. [...] la marcha triunfal del DDT por Alemania ha llegado a su fin”. Y éste es el caso no solo en Alemania, sino también en muchos otros países donde se ha prohibido su uso. La ciencia no pudo prever los efectos negativos que el DDT habría de tener en otras formas de vida, incluso el hombre.

Recuerde, también, a Alfredo Nobel, que dio su nombre al premio de paz Nobel. El fue un hombre pacífico, y no obstante inventó la dinamita. ¿Por qué? Escribió lo siguiente a cierto amigo: “Quisiera inventar una sustancia o máquina que tuviera una potencia tan terrible para efectuar destrucción en masa que resultara en que la guerra se hiciera imposible para siempre”. Las dos guerras mundiales que se han peleado desde la muerte de Nobel han probado que lo que él inventó no tuvo el efecto que él había esperado.

Alberto Einstein también esperaba que el desarrollo de la bomba atómica, una bomba basada en gran parte en sus propias teorías, eliminara para siempre el peligro de la guerra. No obstante, siguen peleándose guerras feroces, y la civilización está sentada sobre un tonel de poder nuclear, aterrada de que alguien vaya a encender la mecha. Se informa que, poco antes de morir, Einstein dijo: “Si tan solo lo hubiera sabido, me habría hecho cerrajero”.

Es triste ironía el que la ciencia, que ha mejorado la vida de muchos millones de personas, también haya provisto los medios por los cuales el hombre pueda destruirse a sí mismo. ¡Si los científicos tan solo pudieran predecir el futuro! Claro, no pueden hacerlo; pero la Biblia sí lo hace.

La Biblia y el futuro

Considere tan solo unos cuantos ejemplos del pasado que muestran que la Biblia sí ha predicho con exactitud lo que había de suceder. En el libro de Daniel, porción de la Biblia que se escribió durante el tiempo del Imperio Babilónico, en el sexto siglo a. de la E.C., se registró una profecía en la que se predijo que Persia y luego Grecia seguirían a Babilonia como potencias mundiales. Entonces se dio la predicción de que el gran imperio griego se dividiría en cuatro potencias menores, y se describió de manera convincente al férreo imperio de Roma, que seguiría después (Daniel 7:1-8; 8:3-8, 20-22). Todo sucedió tal como se había profetizado.

Una interesante vista por anticipado del futuro tuvo que ver con la ciudad de Tiro, que se hallaba al norte de Israel. Ezequiel profetizó que Nabucodonosor destruiría a Tiro y dio los siguientes detalles acerca del destino final de esta ciudad: “Rasparé de ella su polvo y haré de ella una superficie brillante y pelada de peñasco. [...] Y tus piedras y tu maderaje y tu polvo colocarán en el medio mismo del agua. [...] Cuando [...] las vastas aguas te hayan cubierto” (Ezequiel 26:4, 12, 19). ¿Sucedió esto?

Sí; sucedió. Algún tiempo después de haber destruido a Jerusalén, el rey Nabucodonosor atacó a la ciudad de Tiro y la venció. Pero la ciudad no desapareció del todo. Sus habitantes huyeron a una isla a corta distancia de la costa, y fortificaron la isla. Entonces, casi trescientos años después, Alejandro Magno sitió lo que para entonces había llegado a ser la ciudad insular de Tiro. A fin de que su ejército pudiera atacar la isla, tomó las ruinas de la antigua ciudad continental y las echó en el mar para formar una carretera elevada que condujera a la ciudad insular. Así, en cuanto a detalles, la profecía se cumplió notablemente al pie de la letra. El polvo de la antigua ciudad de Tiro fue raspado, y las piedras, el maderaje y el mismísimo polvo se echaron en el agua.

Más notables aún son las profecías relacionadas con Jesucristo. La Biblia predijo no solo el tiempo en que él había de aparecer como el Mesías, sino también lo que haría y hasta la muerte que sufriría. La vida entera de Jesús fue el cumplimiento de profecías que se escribieron centenares de años por adelantado. (Daniel 9:24-27; Isaías 53:3-9; 61:1, 2.)

Aun hoy, los estudiantes de la Biblia pueden ver el cumplimiento asombroso de las profecías en los sucesos políticos de la actualidad. (Vea, por ejemplo, Mateo 24:7-15 y Lucas 21:25-28.) Y al leer las palabras de Pablo en Segunda a Timoteo, capítulo tres, versículos uno al cinco, ven una descripción exacta del ambiente de degeneración en la moralidad de este mundo. Además, la Biblia profetiza acerca de nuestro futuro también.

Predice que la presente crisis política del mundo se solucionará de manera asombrosa. Respecto a los gobernantes mundiales de hoy, que compiten los unos con los otros, dice: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. (Daniel 2:44.)

Hay muchas razones por las cuales podemos creer esa promesa, y una de las principales es que, hasta ahora, todas las profecías de la Biblia se han cumplido. Pero tan solo considere lo que esto significa. Significa que el reino de Dios pronto proporcionará un solo gobierno para toda la Tierra, el cual reemplazará los gobiernos nacionalistas y belicosos de hoy. ¡Qué cambio producirá esto!

En primer lugar, no habrá políticos que utilicen los adelantos científicos para fines destructivos. Además, este Reino efectuará obras poderosas como las que efectuó Jesús mientras estuvo en la Tierra. La ciencia ha hecho posible las operaciones de cataratas, pero no sabe cómo dar vista a alguien que haya nacido ciego. Jesús lo hizo (Juan 9:1-12).

La ciencia puede preparar miembros artificiales para el cuerpo, pero no puede restaurar una mano o un pie que se hayan secado. Jesús lo hizo (Mateo 12:10-13). La ciencia ha hecho grandes progresos en mejorar los tipos de cultivos y aumentar el rendimiento. Pero Jesús alimentó a más de cinco mil personas con cinco panes y dos pescados (Mateo 14:15-21). La ciencia también puede revivificar a un hombre que se esté ahogando, o a la víctima de un ataque cardíaco... si alguien acude en ayuda de esa persona a tiempo. ¡Pero Jesús hizo que volviera a la vida un hombre que había estado muerto por cuatro días! (Juan 11:39, 43, 44.)

Pero tal vez fue más asombroso aún el efecto que las enseñanzas de Jesús tuvieron en las personas. Un violento perseguidor de cristianos, Saulo, se convirtió en el sufrido apóstol Pablo. El impulsivo pescador Pedro llegó a ser un apóstol maduro y responsable. Personas inmorales se convirtieron en personas morales. Familias se hicieron más amorosas. Miembros individuales de naciones enemigas se convirtieron en hermanos en la fe. Tales cambios están mucho más allá del alcance de la ciencia.

Por lo tanto, aunque la ciencia pueda hacer que la vida sea más agradable en muchos sentidos, mucho más se puede lograr mediante el poder de Dios. Y bajo el reino de Dios se experimentará el pleno efecto de ese poder. La Biblia promete: “[Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. (Revelación 21:4.)

No, el hombre no regresará a una era precientífica. Más bien, libre de las tendencias dañinas que la ciencia no ha podido remover —pero que Dios sí removerá— el hombre podrá utilizar, para su provecho duradero, todo el conocimiento científico verdaderamente valioso del pasado, el presente y el futuro. Estamos agradecidos por lo que la ciencia ha revelado a la humanidad. Pero estamos más agradecidos aún de que haya una verdad más allá del alcance de la ciencia, una verdad que Dios ha puesto a nuestra disposición, y que proporciona beneficios duraderos a los que la buscan.

g83 22/2 págs. 9-12 Más allá del alcance de la ciencia

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